408.1
Pesados pasos descendieron desde arriba.
Helmut envainó su espada.
En el momento en que la figura que subía al podio apareció a la vista, los vítores se apagaron y fueron reemplazados por murmullos apagados.
El que apareció no era el Gran Duque de Renosa.
El Emperador, aquel que estaba en la cúspide del Imperio.
Con sólo subir al podio, la majestuosidad que irradiaba todo su ser impuso silencio a la multitud.
Mientras su aguda mirada descendía, una voz profunda resonó en el aire.
Aquí está el vencedor de este torneo de artes marciales. ¿Tienes algún deseo que pedirme?
Helmut levantó la mano. La máscara de hierro se sentía sólida en su agarre.
Los momentos en los que había ocultado su identidad, en los que se había ocultado, pasaron por su mente como flechas.
Pero ahora ya no lo necesitaba.
Helmut lo arrojó a un lado como si fuera un grillete. Al caer la máscara y el disfraz, su verdadera apariencia se reveló por completo. Algunos jadearon, otros contuvieron la respiración y algunos gritaron.
Un momento de victoria absoluta.
El cielo estaba deslumbrantemente claro, pero la oscuridad que rodeaba a Helmut parecía absorber la luz que caía sobre él.
Ojos negros, cabello negro. Su apariencia, como tallada en el abismo, guardaba un asombroso parecido con el Gran Duque de Renosa.
Atrayendo la mirada de toda la arena, Helmut hizo su declaración.
Me llamo Helmut. Busco el lugar que me corresponde.
En este Imperio, en esta tierra, en esta luz, nadie volvería a obligarlo a regresar al Bosque de las Raíces.
El Emperador preguntó lentamente:
“¿Y quién podrías ser?”
Quien lleva la sangre de Renosa. Soy el heredero legítimo del Gran Duque de Renosa.
Ante la firme respuesta de Helmut, el público estalló en caos.
¿Era cierto? ¿Un hijo oculto del Gran Duque? ¿Pero quién se atrevería a mentirle al Emperador? ¡Y allí estaba el mismísimo Gran Duque!
Sobre todo, Helmut se parecía demasiado a él. Cualquiera que hubiera visto al Gran Duque, aunque fuera una sola vez, no podría negarlo.
Justo cuando el Emperador estaba a punto de hablar de nuevo, un fuerte grito se escuchó desde atrás.
¡No le hagan caso! ¡Tiene un poder perverso!
El sirviente, recuperado de sus heridas, se puso de pie tambaleándose. La desesperación llenó su voz mientras gritaba.
“Como Caballero Sagrado, testifico: ¡este hombre lleva la Semilla de la Oscuridad!”
Su rostro se contrajo con hostilidad.
Lo que lo había sacado del shock de la derrota fue la innegable verdad que tenía delante: un hombre portador de la Semilla de la Oscuridad.
¿Qué plan era este? ¿Afirmar ser de la estirpe de Renosa? Un enemigo buscado por el Templo. *Debe* ser erradicado.
Si el Templo estuviera observando, seguramente enviarían fuerzas para eliminarlo inmediatamente.
En medio del creciente malestar, el Emperador lo despidió con indiferencia.
Es la hora del vencedor. Los vencidos no tienen derecho a hablar.
Los ojos del sirviente se abrieron de par en par, incrédulo. Miró al Emperador con furia, desbordándose.
¡Lleva la Semilla de la Oscuridad! ¡Perdonarle es traición al Templo!
Una fría sonrisa se curvó en los labios del Emperador.
En este Imperio, nadie me supera. Hablar de traición es absurdo.
—¡Ni siquiera el Emperador podría...!
Las palabras del sirviente se interrumpieron. Los caballeros ya habían subido al escenario, sometiendo al Caballero Sagrado.
El Emperador observó cómo lo arrastraban como a un perro, con el cuello agarrado y los brazos atados, antes de volver su atención.
Para entonces, otro gobernante había dado un paso adelante y se situó a su lado.
El Gran Duque de Renosa. Su presencia en el podio disipó cualquier duda que aún persistiera, pues el victorioso se parecía demasiado a él.
El rostro del Gran Duque permaneció impasible mientras miraba a quien decía ser su hijo.
Sin embargo, sus ojos ardían con una extraña intensidad.
“Gran Duque de Renosa, ¿qué dice de la afirmación de este hombre?”
La pregunta del Emperador, amplificada por la magia del podio, resonó por toda la arena. Helmut sostuvo la mirada de su padre.
Sus miradas se cruzaron. Por primera vez, Helmut vio un rostro que reflejaba inquietantemente su propio futuro.
Tal vez el Gran Duque también vio su pasado reflejado en Helmut.
Frío, seco, casi incoloro... pero en ese momento, el calor irradiaba entre ellos.
No es calidez, sino una intensidad latente, invisible pero que hierve desde dentro.
No fue un reencuentro tierno. Pero era una promesa, y la certeza de esa promesa. Helmut sintió su presencia inquebrantable, sólida como una piedra.
El Gran Duque era un hombre de palabra. Y Helmut había demostrado su valía.
Mover una roca no era tarea fácil, pero una vez puesta en movimiento, no había forma de detenerla. Helmut había movido una montaña.
El Gran Duque habló.
Es mi heredero legítimo y sucesor de Renosa. No se admitirán objeciones al respecto.
Una ola de conmoción recorrió al público. Un asombro tras otro, dejando a todos boquiabiertos, sin palabras.
Los labios del Emperador se curvaron.
“El vencedor recibirá las recompensas del torneo y todo lo que desee”.
El decreto del Emperador era ley en este Imperio.
Y con esto, el torneo integral de artes marciales llegó a su fin.

